“Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre —y, al mismo tiempo, para la mayoría de nosotros, nada más lejos que el hambre verdadero”.

“Nada ha influido más en la historia de la humanidad. Ninguna enfermedad, ninguna guerra ha matado más gente. Todavía, ninguna plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre”.

Pasajes del libro El Hambre de Martín Caparrós

Aproximadamente 811 millones de personas en todo el mundo sufrieron hambre en 2020, 161 millones más que el año anterior, lo que aleja el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de acabar con el hambre para 2030, según el último informe sobre El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo. Esas cifras desasosegantes no son las únicas. En ese mismo ejercicio, 2.370 millones de personas no tuvieron acceso a comida decente.

Según diversas fuentes e informes, a día 15 de marzo de 2022 la población mundial alcanzó los 7.993 millones de personas. La FAO, en sus informes, asegura que producimos alimentos para 12.000 millones. La combinación de ambas cifras lleva a una conclusión tan obvia como sorprendente: en este planeta hay riqueza y recursos suficientes para que nadie se quede atrás y para que nadie muera de hambre.

Quizás ha llegado el momento de forzar a que se cambien las formas de producción y de consumo. No podemos seguir emitiendo gases de efecto invernadero y no podemos esperar a que las “Cumbres (pantomima) del Clima” adopten compromisos que nacen muertos. El cambio nunca sucederá sin la presión de la ciudadanía, es decir, sin el protagonismo responsable de las personas que consumimos. Porque, todos lo sabemos: las consecuencias del cambio climático son el mayor peligro para la seguridad alimentaria en el mundo.

No podemos aceptar que aumente el hambre mientras se desperdician más de 1.000 millones de toneladas de alimentos al año; o mientras más de 2.000 millones de hombres, mujeres y niños sufren sobrepeso u obesidad por tener que alimentarse con comida poco saludable, aumentando así el peligro de enfermedad y muerte.

Con estos datos las preguntas parecen obvias: ¿Qué hacemos mal? ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué no somos capaces de erradicar el hambre, la pobreza y la desigualdad?

Los que no pasamos hambre asumimos como inevitables la desigualdad y la pobreza. Las hemos normalizado. Estamos tan acostumbrados a la visualización del horror, aunque ocurra cerca de nosotros, que ya no nos moviliza. La sobreexposición tan excesiva a las imágenes, a la información y, sobre todo, a la desinformación, nos abocan a un pernicioso efecto: la incapacidad de distinguir la realidad de la ficción.

Y ese es, precisamente, el campo de actuación del movimiento Acampa por La Paz y el Derecho a Refugio, la razón de ser de esta red. Nos convocamos para reflexionar, para entender, para buscar soluciones o, al menos, para hacernos las preguntas pertinentes aunque no siempre encontremos las respuestas o aunque estas no nos gusten. Y lo hacemos escuchando a aquellos que trabajan sobre el terreno o a los que miran esos escenarios incómodos para descodificarlos y obligarnos a ver la realidad descarnada, que siempre está más cerca de lo que pensamos. En Acampa creemos que la ciudadanía tiene la capacidad y los resortes para el cambio; que la sociedad en su conjunto es la única capaz de corregir esta deriva mortal de la especie frente a los Estados y el Capitalismo al que se someten. Seguramente ya no haya margen para pensar y teorizar qué futuro queremos tener. Pero no es tarde –aún no– para tener futuro.

Acampa 2022.